portada cami de cavalls

14:15 el sol calienta más de lo esperado y deseado. Una multitud de piernas definidas y con las venas hinchadas por el calor calman sus nervios en las sombras de los árboles que presiden la salida. Busco cobijo, algún sitio donde respirar aire fresco, donde enfriar mis nervios.

A mi lado, un corredor que busca lo mismo, inicia conmigo una ridícula conversación. Mientras me pregunta no me mira a los ojos, su cabeza no está en la conversación. No le juzgo por ello, al fin y al cabo le pasa lo mismo que a mi, está “acojonado”, Es su manera de templar los nervios previos a la aventura.

Pistoletazo de salida. EMOCIÓN. Las primeras zancadas son un test inicial, me dan información, me guían y me llevan. El ritmo es bueno, no siento el calor y me dejo llevar por la fuerza que tengo en las piernas. Siempre viendo los primeros puestos. Van pasando los km, el calor aprieta y el viento sopla. No importa, el paisaje es increíble. Mis piernas siguen fuertes, sigo viendo los primeros puestos. El sol también sigue apretando y el viento sigue soplando de cara. Pasan más KM y éstos empiezan a pesar en las piernas. El calor no cesa y empieza a afectar. La piel de gallina en mis brazos es síntoma de que algo no va bien. Estoy bebiendo  y comiendo lo suficiente? Me habré deshidratado? O es mi cuerpo que no responde al calor? Las sensaciones positivas del principio empiezan a nublarse. Ni la espectacularidad del paisaje las despeja.

No tardo en darme cuenta que la “presa” no va a ser como  esperaba. Al calor de las primeras horas de carrera hay que sumar un terreno muy cambiante y que, en algunos tramos, se complicaba demasiado. La carrera me estaba superando en todos los sentidos. Hay que cambiar la estrategia de carrera. Lo que significa un golpe moral. Las cosas no son como esperaba y la carrera no estaba saliendo como quería. Si quería acabar, tenía que adaptarme. Las 4 primeras horas de carrera me han ganado. Bajo el ritmo a la espera de que cuando bajen las temperaturas mi cuerpo vuelva en sí y pueda volver a los ritmos esperados.

Cae el día, empieza la noche. La soledad se hace presente y protagonista del recorrido. Tan solo el brillo de las balizas, iluminadas por mi frontal, me acompaña.  El cuerpo responde un poco mejor, pero con 6 horas de carrera en las piernas el ritmo no es mucho mejor. La cabeza es una máquina de mandar mensajes, la mayoría negativos. Tengo que tirar de todas las estrategias que tengo para que no se apoderen de mi y empezar a bajar los brazos.

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Son las 23:00 y el muro de una noche corriendo en soledad se ve muy grande. Justo en los momentos de más dudas, de más miedos y de mayor fragilidad la carrera me ofrece una compañía. Las conversaciones en la noche son siempre más intimas, más intensas. Creo que se busca tener la mente lo más alejada posible de lo que estamos haciendo. Es una manera de protegernos. De no afrontar una realidad que da vértigo.

“Tengo los ojos agotados” de mirar la luz del frontal durante 9 horas. La oscuridad y dureza de la noche se ha tragado a parte de la compañía, suerte Iñaqui. La carrera empieza a cobrarse un gran número de víctimas. Y la noche es su lugar favorito.

A pesar de todo mis ojos son capaces de ver la salida del sol. Es hora de quitar el frontal y afrontar el último tercio de carrera. El amanecer, no solo lo es para el día, sino también para el corredor. Reset y volver a empezar, ahora solo 60 km por delante. Gestionar las nuevas sensaciones y las fuerzas que quedan.

“Tiene mejores piernas que yo. Tengo que dejarlo”. Me despido de lo que queda de la noche, tiene más ritmo que yo, mejores piernas, conoce la carrera,… Suerte Víctor.

El sol calienta otra vez, y mi cuerpo empieza a bajar el rendimiento físico y mental. Me despisto, me pierdo. De propina unos 4 km de pendiente. Pero es peor el golpe moral que el esfuerzo físico extra. A mi cabeza vuelve la oscuridad, empezaba a afrontar la última parte de la carrera y todo se estaba torciendo, el día era soleado y claro, pero mi mente lo convertía todo en negro.

Era el momento de utilizar el comodín de la llamada. Unas palabras de  “mi psicóloga” son capaces de pintar un nuevo cuadro en mi cabeza, me cambia el enfoque, me anima y me aconseja. Me conoce muy bien.

Lleno de rabia y dolor consigo plantarme en los últimos 30 km de carrera con algo más de “vida”. El sol está en pleno apogeo. Las playas por las que pasamos llenas de gente.

“¿Por qué me miran?”, me pregunto.  “Te miran porque vas destrozado, porque mis pasos no son coordinados ni armónicos. Te miran porque tu cara refleja el más profundo agotamiento, tu mirada está perdida en el horizonte buscando otro punto al que agarrarme para poder seguir avanzando”, me respondo.

“… ahí está. Por fin, el control. Joder que playa más larga. No lo podían haber puesto al principio para pillar un poco de aire? Venga sigue, que después de éste solo quedan 20 km. Aunque sea lo haces arrastrándote…”

Son los pensamientos previos a la llegada del penúltimo control. Nada fuera de lo normal cuando uno lleva más de 165 km durante las más de 24 horas de carrera en esos momentos. Como en el resto de los avituallamientos al llegar como fruta y frutos secos, y repongo agua. El cuerpo estaba caliente, la fatiga se apoderó de mi, intenté reponer agua, pero no me veía con fuerzas, y entonces…

“-¿por favor, me rellenas la botella de agua?”, le digo a un voluntario del avituallamiento.

– “Si, claro”, me contesta al mismo tiempo que recoge mi botella.

  • “ Agárrame que me mareo”, le digo.

ENCEFALOGRAMA PLANO………..

Abro los ojos y veo una playa de fondo, arena, sol, menudo paraíso. “ pero que hacen mis piernas ahí arriba?, NOOOOO acabo de desmayarme es lo primero que me viene a la mente. Lo que a priori sería una estampa muy apetecible se acababa de convertir en la peor de mis pesadillas. A falta de 20 km a meta estoy fuera. Me quieren descalificar, retirarme el dorsal y llevarme a meta. Mi cabeza no es capaz de soportarlo. No estoy rendido aún. Mi cuerpo puede haber dicho basta, pero no mi cabeza.

No dejo de temblar, el agua fría que me han echado sobre los hombros es la culpable. Les pido que me pongan un poco al sol, no soy capaz ni de sujetar el vaso con sales d la tiritona que tengo. Les miro, y sus ojos me dicen que me van a eliminar. Pero yo no quiero, no puede ser. Me falta un suspiro solo para llegar a la meta.

Mi cuerpo responde bien a las sales y el azúcar.

“En cuanto pueda me levanto y sigo”, les digo.

–  “no es necesario, tenemos que retirarte el dorsal”, me responden.

“Tenemos dos opciones: una que llegue con el dorsal y otra que llegue sin él, pero yo aun no he terminado es mi respuesta.

Estaba muy cerca del suelo, demasiado, pero no había llegado a tocarlo. No era el momento, aun no. Sólo veré el suelo de cerca cuando haya llegado al final, cuando haya cruzado la meta. Ahí es donde escucharé a mi cuerpo y dejaré que mi cabeza le haga caso, será ahí donde dejaré que mis piernas cedan, se dobleguen y lleven mi cuerpo al suelo, será ahí donde rompa a llorar.

La desesperanza es la protagonista del final del viaje. El final está  cada vez más cerca, pero lo ves más lejos que  nunca. La sensación de que la meta se aleja a medida que avanzas es inevitable, los km restan a cámara lenta, mientras que te vas apagando a una velocidad mayor de la que puedes soportar. Intento luchar contra eso, pero mis pies, mi cuerpo y mi cabeza no me dejan. Lo intento una y mil veces, pero el resultado es el mismo, impotencia y DOLOR. Dicen que el dolor sólo te hace más lento. Pero a veces esa lentitud se vuelve tortura.

Esta vez ni el “subidón” de ver la meta me permite correr, los pies no me dejan, pero la cabeza tampoco quiere empujar ese último km. Tan sólo vuelvo a ser corredor al llegar a la alfombra roja, 30 metros, que hacen que recupere la dignidad como tal. Respondo a los aplausos de la gente e intento mostrar una sonrisa al entrar en meta que disfrace lo que realmente he pasado y he sufrido.

llegada Cami de Cavalls

La foto en meta, la medalla al cuello, la prenda de finisher en mi poder, ya puedo doblar las piernas. Ya puedo dejar que mi cuerpo y mi cabeza descansen. Me siento apoyando mis codos en las piernas, mis manos tapando cara y ojos. Dejo que los sentimientos fluyan, las lágrimas se presentan en los ojos de manera fugaz, no pueden esperar más no tienen sitio. Son el reflejo de un agotamiento y una felicidad extrema. Es la manera que tengo de expresarme:

“ Feliz por haberlo conseguido, aliviado por no tener que seguir. Acabo de terminar un nuevo viaje,  menudo viaje,  menudos huevos que le acabo de echar. A descansar, lo tienes merecido, enhorabuena, para llegar a donde has llegado, has tenido que hacer lo que nunca has hecho.”